11.
Afectaciones psicológicas-mentales
El suicidio es un golpe seco que noquea y tira a la lona, un balde de agua helada
que cala hasta los huesos, es un acto de enorme violencia que deja devastados y
traumatizados a los familiares quienes se cuestionan, se enojan, se sienten
traicionados y abandonados.
Afecta a la familia y a los más cercanos
por completo, con distintas consecuencias y diferentes sentimientos.
a) En la familia
Si a pesar de todos los esfuerzos
realizados ocurre el suicidio de un adolescente, son necesarias determinadas
medidas a tener en cuenta para el manejo de la familia y de los compañeros de
estudio o amigos de la víctima. Los cuales se consideran sobrevivientes,
término que designa aquellas personas muy vinculadas afectivamente a una
persona que fallece por suicidio, entre los que se incluyen los familiares,
amigos, compañeros e incluso el médico, psiquiatra u otro terapeuta que la
asistía. El vocablo "survivor" proviene del inglés y su traducción
puede ser el de superviviente, que es el que sobrevive y es también sinónimo de
sobreviviente, que significa vivir uno después de la muerte del otro. Aunque
esta palabra es muy utilizada en la terminología suicido lógica, no sólo son
sobrevivientes o supervivientes los que sobreviven a un suicidio, sino que lo
son también aquellos que sobreviven después de la muerte de un ser querido por
una causa cualquiera, sea natural, por accidente u homicidio.
Son conocidas las reacciones que presentan los seres humanos ante la
pérdida de seres queridos, las que reciben el nombre de duelo, y que está
constituido por diversas etapas: la negación, rabia, regateo, depresión y
aceptación como las etapas del duelo normal. A continuación serán descritas
brevemente cada una de ellas.
- La negación, como su nombre indica es aquella reacción mediante la cual el sujeto no acepta la realidad tal cual es, la niega, no la reconoce como que ha sucedido y son muy frecuentes las siguientes expresiones: "no puedo creerlo", "no puede ser", "no me digas que ha muerto", "es imposible" y otras similares. En esta etapa el sobreviviente siente que la persona fallecida aún permanece con vida, que lo ocurrido no es cierto.
Frecuentemente se acompaña de una tendencia al aislamiento, se evitan las relaciones interpersonales, prefiriendo el sujeto estar solo, aislado, a tener que dialogar o recibir visitas.
- La rabia es la etapa que continúa a la negación y en ella los familiares del fallecido experimentan diversas emociones desagradables como son la ira, el odio, la rabia propiamente dicha, irritabilidad desmedida que puede llegar a la agresividad física o verbal hacia los otros familiares, el personal médico tratante, las enfermeras, al hospital, etc. En esta etapa se pueden establecer querellas en contra de los profesionales que atendieron el caso o contra la institución. También pueden suceder disputas entre los miembros de la propia familia y en no pocas ocasiones esta hostilidad puede ser dirigida hacia el fallecido mediante expresiones como: "por qué se fue y me dejó", "por qué me abandonas" y otras similares, llegando incluso a golpear el cadáver, sacudirlo, blasfemar contra el occiso, etc. Todas estas emociones desagradables son expresión de un profundo desconsuelo, de una pena insoportable y nunca deben ser personalizadas, pues esta rabia es parte integrante de la reacción normal de duelo y responder defensivamente o con hostilidad, además de no ser lo correcto, demostrará un total desconocimiento de este tipo de reacción y sólo conseguirá incrementarla. Permitirla, aceptarla, comprenderla es el mejor tratamiento para esta etapa.
- El regateo es la etapa que continúa en el duelo normal, la cual es breve y se trata, como su nombre indica, de un arreglo pactado, de manera simbólica, entre el superviviente o sobreviviente y el fallecido. El regateo se expresa mediante determinadas conductas, como puede ser la realización de determinados ritos religiosos para el descanso del fallecido y la paz de los familiares.
- La depresión es una de las etapas más dolorosas del duelo, con mayor intensidad durante las dos primeras semanas, en las que las personas sienten una profunda tristeza, llanto, poco o ningún deseo de comunicarse con otras personas ajenas a los familiares más cercanos, trastornos del sueño, anorexia y sentimientos de culpa, los cuales se expresan por constantes cuestionamientos de la conducta seguida con el fallecido: "si lo hubiera ingresado en tal hospital en vez de en ese (la institución en la que falleció)", "si yo me hubiera dado cuenta antes, eso no hubiera ocurrido" y otros reproches similares. No es infrecuente que en esta etapa se piense que realmente no se hizo todo lo que se debía haber hecho.
- La aceptación es la próxima y última etapa del duelo normal. Significa admitir responsable y libremente que la vida y la muerte son un par dialéctico inseparable y que el morir es consustancial a la vida. En la aceptación, el familiar incorpora la muerte del ser querido como un episodio necesario, irreversible, universal, definitivo y no un mero accidente. La muerte es entendida como una parte inevitable de la vida. Es por ello, que en esta etapa, el familiar experimenta una sensación interna de paz, de tranquilidad, de haber cumplido con el fallecido en vida, de no tener pendientes. Se recuerda al ser querido fallecido de manera realista, con sus virtudes y defectos, pero con indulgencia.
Estas fases del duelo normal no tienen una evolución similar en todos los tipos de fallecimientos. Se considera que las muertes inesperadas ocasionan mayores dificultades en la elaboración del duelo que aquellas muertes esperadas, anticipadas. El duelo en las muertes inesperadas se asocia con manifestaciones depresivas más intensas y duraderas, de enfermedades pre-existentes o el debut de nuevos padecimientos, así como la asunción de conductas de riesgo para la salud como el consumo excesivo de alcohol, cigarros o psicofármacos. Entre las muertes inesperadas se incluyen las provocadas por accidentes, homicidios, las muertes súbitas por infarto cardíaco o hemorragia cerebral, así como el suicidio, aunque, mediante el método de las autopsias psicológicas se ha probado que una gran cantidad de suicidas mostraron manifestaciones depresivas, habían realizado amenazas y gestos suicidas o habían expresado sus deseos de terminar con sus vida. Por otra parte, muchos de los sobrevivientes reconocieron que ellos sabían el riesgo suicida de esas personas, por lo que no era una muerte súbita, inesperada, sino anunciada por el propio suicida desde mucho tiempo antes del desenlace fatal.
El duelo por un suicida presenta determinadas características que lo diferencia del resto de los duelos. Los sobrevivientes experimentan un conjunto de emociones que no se encuentran con la misma frecuencia en otras causas de muerte y están más expuestos al desarrollo de psicopatologías como los trastornos de ansiedad, el trastorno de estrés post-traumático y episodios depresivos mayores.
Es imposible presentar un cuadro clínico típico del sobreviviente de un suicidio, pero son comunes algunos de ellos como los intensos sentimientos de pérdida acompañados de pena y tristeza, rabia por hacerle responsable, en cierta medida de lo sucedido, sentimientos de distanciamiento, ansiedad, culpabilidad, estigmatización, etc.
También puede manifestarse el horror por el posible arrepentimiento tardío, cuando ya las fuerzas flaquearon lo suficiente para evitar la muerte y no poder evitarla deseándolo en esos últimos instantes. El miedo es una emoción presente en la casi totalidad de los familiares del suicida y está referido a sí mismo, a su posible vulnerabilidad de cometer suicidio o a padecer una enfermedad mental que lo conlleve. Este temor se extiende a los más jóvenes, a los que pueden comenzar a sobreprotegerse con la esperanza de evitar que ellos también cometan un acto suicida.
LA CULPA
La culpabilidad es otra manifestación que frecuentemente se observa en los familiares del suicida y se explica por la imposibilidad de evitar la muerte del ser querido, por no haber detectado oportunamente las señales que presagiaban lo que ocurriría, por no atender las llamadas de atención del sujeto, las que habitualmente consisten en amenazas, gestos o intentos suicidas previos, así como no haber logrado la confianza del sujeto para que les manifestara sus ideas suicidas. Otras veces la culpabilidad la ocasiona el no haber tomado una medida a tiempo, a pesar de reconocer las manifestaciones de un deterioro de la salud mental que podían terminar en un acto de suicidio. Cuando la culpabilidad es insoportable, el familiar también puede realizar un acto suicida para expiar dicha culpa.
Durante el primer año del duelo el sujeto es más vulnerable a padecer problemas somáticos y emocionales. Entre estos tenemos un conjunto de síntomas físicos como taquicardia, artritis, migraña, alergia, asma y tics. Entre los síntomas psicopatológicos se pueden observar sentimientos de soledad, desesperanza, pobre autoestima y rumiación obsesiva de la búsqueda del por qué.
La búsqueda del por qué, principalmente en los padres y entre ellos en la madre, persiste por varios años
AGRESIVIDAD Y ALIVIO.
Otra manifestación del duelo por el suicidio presente en el sobreviviente es la conjunción de emociones encontradas como puede ser la agresividad y el alivio, este último experimentado como alivio personal al fallecer la persona cuyos problemas le afectaban y por el fallecido que ha cesado de soportar sus problemas emocionales. Terminar una vida problemática y difícil se percibe como un alivio para muchos familiares de suicidas.
Estas manifestaciones que acompañan al duelo por un suicida no son privativas de los parientes biológicos muy vinculados afectivamente con el occiso, sino que también se las puede encontrar y de hecho ocurre, en los amigos, compañeros de trabajo o escuela, maestros, otros pacientes en el caso de un suicidio en una institución, médicos, psicoterapeutas, enfermeras, consejeros, psiquiatras, psicólogos y toda persona que estuvo vinculada estrechamente con el suicida.
Hay investigadores que no han encontrado diferencias en la evolución de los duelos independientemente de la causa que haya provocado la muerte, otros por el contrario han encontrado diferencias entre las muertes por suicidio, por accidentes y las muertes naturales en cuanto a las reacciones de duelo en los sobrevivientes.
La muerte por suicidio conlleva mayor estigmatización que el resto, más sentimientos de culpa, menos deseos de discutir sobre la muerte y mayor cuestionamiento sobre lo que se podía haber hecho. Las muertes por accidente conllevan más reacciones de aniversario, mayores comentarios de lo sucedido, mayor incapacidad de entender lo ocurrido entre los amigos y compañeros del accidentado y menos deseos de hablar con los demás.
Por tanto para el mejor manejo del duelo por un suicida hay que conocer todas estas manifestaciones, lo cual facilitará la evolución de sus diversas etapas y evitará el desarrollo de duelos patológicos.
No hay método universal para el tratamiento de esta contingencia, pues será diferente para los hijos del suicida, o su pareja, o sus padres, o sus hermanos.
Si se trata de un suicidio entre varios hermanos, estos pueden experimentar cambios en todos o casi todos los aspectos de sus vidas. Como todos tienen una infancia común con experiencias más o menos similares, una de las tareas que hay que enfrentar es evitar la identificación con el hermano suicida, proporcionando otras opciones para resolver problemas que no sean auto lesivas. En ocasiones los hermanos pueden referir que ven al hermano suicida en el domicilio, o que le escuchan hablar o que les llama. Estas manifestaciones no deben ser consideradas como una pérdida de la salud mental de carácter grave, sino, que en ese contexto, deben ser aceptadas dentro de los límites normales para estos casos, por lo que adoptar la postura de ignorar síntomas y actitudes de este tipo puede ser de gran beneficio.
Siempre deben explorarse las ideas suicidas en los sobrevivientes y en los hermanos de los suicidas niños o adolescentes, más aún, si se presentan en alguno de ellos, se impone la evaluación del riesgo de suicidio y el grado de afectación psicológica y tomar una medida a tiempo para evitar un acto suicida.
Si el suicidio lo ha realizado uno de los padres, los niños tienen una reacción típica consistente en negar lo ocurrido, mostrarse llorones e irritables, con cambios bruscos del estado anímico y dificultades con el sueño, pérdida del apetito e intentos suicidas cuya significación es reunirse con el fallecido, aunque también pueden existir deseos de morir. Presentan alteraciones perceptivas como escuchar voces dentro de la cabeza y ver el fantasma de la madre o el padre fallecido.
También pueden tener pensamientos de haber sido el causante de la muerte o sentir agresividad hacia el progenitor suicida por estar ausente definitivamente. En estos casos, la familia debe decir la verdad de lo sucedido al niño o niña, con un lenguaje claro y sencillo, accesible y comprensible por él o ella y prestar soporte emocional de parte de una figura sustitutiva, como puede ser un hermano mayor, un tío o tía según sea el caso. En ocasiones, sobre todo para los hijos adolescentes, explicar la muerte por suicidio como un síntoma de una enfermedad mental grave puede disminuir el riesgo de la imitación, pues la enfermedad mental es rechazada por la inmensa mayoría de las personas.
b)
En la sociedad
El
duelo después de un suicidio modifica la relación del familiar con las personas de su entorno y lleva incluso al aislamiento social. También
puede que el familiar ser agresivo con la gente que le rodea ocasionando así la
perturbación de la sociedad provocando consigo pleitos, peleas, riñas, etc.
En
el peor de los casos los amigos allegados pueden deprimirse tanto hasta llegar
al suicidio, pero esto ya es extremo pero en la sociedad no afecta tanto que en
la familia.
12.
Surgimiento de un nuevo suicida
El comportamiento suicida abarca las siguientes
manifestaciones:
El deseo de morir. Representa
la inconformidad e insatisfacción del sujeto con su modo de vivir en el momento
presente y que puede manifestar en frases como: "la vida no merece la pena
vivirla", "lo que quisiera es morirme", "para vivir de esta
manera lo mejor es estar muerto" y otras expresiones similares.
La representación suicida.
Constituida por imágenes mentales del suicidio del propio individuo, que
también puede expresarse manifestando que se ha imaginado ahorcado o que se ha
pensado ahorcado.
IDEAS SUICIDAS
Consisten en pensamientos de terminar con la
propia existencia y que pueden adoptar las siguientes formas de presentación:
- Idea
suicida sin un método específico, pues el sujeto tiene deseos de matarse
pero al preguntarle cómo lo va a llevar a efecto, responde: "no sé
cómo, pero lo voy a hacer".
- Idea
suicida con un método inespecífico o indeterminado en la que el individuo
expone sus deseos de matarse y al preguntarle cómo ha de hacerlo,
usualmente responde: "De cualquier forma, ahorcándome, quemándome,
pegándome un balazo."
- Idea suicida
con un método específico no planificado, en la cual el sujeto desea
suicidarse y ha elegido un método determinado para llevarlo a cabo, pero
aún no ha ideado cuándo lo va a ejecutar, en qué preciso lugar, ni tampoco
ha tenido en consideración las debidas precauciones que ha de tomar para
no ser descubierto y cumplir con sus propósitos de autodestruirse.
- El plan suicida o idea suicida planificada, en la que el individuo desea suicidarse, ha elegido un método habitualmente mortal, un lugar donde lo realizará, el momento oportuno para no ser descubierto, los motivos que sustentan dicha decisión que ha de realizar con el propósito de morir.
La amenaza suicida. Consiste
en la insinuación o afirmación verbal de las intenciones suicidas, expresada
por lo general ante personas estrechamente vinculadas al sujeto y que harán lo
posible por impedirlo. Debe considerarse como una petición de ayuda.
El gesto suicida. Es el
ademán de realizar un acto suicida. Mientras la amenaza es verbal, el gesto
suicida incluye el acto, que por lo general no conlleva lesiones de relevancia
para el sujeto, pero que hay que considerar muy seriamente.
El intento suicida, también
denominado para suicidio, tentativa de suicidio, intento de autoeliminación o
autolesión intencionada. Es aquel acto sin resultado de muerte en el cual un
individuo deliberadamente, se hace daño a sí mismo.
El suicidio frustrado. Es aquel
acto suicida que, de no mediar situaciones fortuitas, no esperadas, casuales,
hubiera terminado en la muerte.
El suicidio accidental. El
realizado con un método del cual se desconocía su verdadero efecto o con un
método conocido, pero que no se pensó que el desenlace fuera la muerte, no
deseada por el sujeto al llevar a cabo el acto. También se incluyen los casos
en los que no se previeron las complicaciones posibles, como sucede en la
población penal, que se auto agrede sin propósitos de morir, pero las
complicaciones derivadas del acto le privan de la vida (inyección de petróleo
en la pared abdominal, introducción de alambres hasta el estómago o por la
uretra, etc.).
Suicidio intencional. Es
cualquier lesión auto infligida deliberadamente realizada por el sujeto con el
propósito de morir y cuyo resultado es la muerte. En la actualidad aún se
debate si es necesario que el individuo desee morir o no, pues en este último
caso estaríamos ante un suicidio accidental, en el que no existen deseos de
morir, aunque el resultado haya sido la muerte.
De todos los componentes del comportamiento suicida,
los más frecuentes son las ideas suicidas, los intentos de suicidio y el
suicidio consumado, sea accidental o intencional.
Las ideas suicidas son muy frecuentes en la
adolescencia sin que ello constituya un peligro inminente para la vida, si no
se planifica o se asocia a otros factores, llamados de riesgo, en cuyo caso
adquieren carácter mórbido y pueden desembocar en la realización de un acto
suicida.
El intento de suicidio es muy común entre los
adolescentes con predisposición para esta conducta y se considera que por cada
adolescente que comete suicidio, lo intentan cerca de trescientos.
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